Con buenas raíces


— Volvemos al tiempo ordinario y el domingo nos encontramos con unos textos muy bonitos, que nos invitan a salir al campo, contemplar la naturaleza y reflexionar sobre ella a la luz de la fe. El primero es de Ezequiel: 22 Esto dice el Señor Dios: —También Yo voy a llevarme la copa de un cedro elevado y la plantaré; arrancaré un renuevo del extremo de sus ramas y lo plantaré en un monte alto y eminente. 23 Lo plantaré en el monte alto de Israel. Y echará ramas, dará fruto y llegará a ser un cedro magnífico. En él anidarán todas las aves, a la sombra de sus ramas pondrán sus nidos toda suerte de pájaros (Ez 17,22-23). Está hablando de la restauración de Israel en su tierra después del destierro, pero también de cómo cuida de cada una de sus criaturas, de cada uno de nosotros: nos elige, nos planta en el terreno adecuado y nos cuida para que nuestra personalidad sea hermosa, acogedora, y produzca fruto.
— En el Evangelio, Jesús nos cuenta dos parábolas también de campo y de plantas. La primera es muy sencilla, pero da mucha paz: El Reino de Dios viene a ser como un hombre que echa la semilla sobre la tierra, 27 y, duerma o vele noche y día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo. 28 Porque la tierra produce fruto ella sola: primero hierba, después espiga y por fin trigo maduro en la espiga. 29 Y en cuanto está a punto el fruto, enseguida mete la hoz, porque ha llegado la siega (Mc 4,26-29). La semilla crece sola, con tal de que no ha arranquemos, ni dejemos que se seque. Bastan unos cuidados mínimos, pero no hay que agobiarse: es Dios quien hace que crezca y dé fruto. Así sucede con la vida espiritual. El protagonismo es de Dios, de la gracia. Basta con ser dóciles para que la gracia vaya actuando, y haciendo crecer nuestro amor a Dios y a los demás.
— Uno de los peligros de la vida espiritual, y de la vida en general, es el voluntarismo, la autosuficiencia: el pensar que nosotros solos podemos orientarnos, acertar en nuestras decisiones, y lograr nuestros objetivos confiando en nuestra fortaleza. Quien afronta así las cosas pronto queda roto espiritual y tal vez psicológicamente. Lo importante es valorar la primacía de la acción de Dios y por tanto, de los medios sobrenaturales —la oración de petición confiada, la gracia de los sacramentos (penitencia y eucaristía, con frecuencia, pero también bautismo, confirmación, orden, matrimonio o unción de los enfermos, que todos son importantes cada uno para lo suyo), la formación en la fe (cuidar los medios para alimentarla), y el acompañamiento espiritual—. Luego, poner los medios, pero con humildad y sin agobiarse.
— La otra parábola es también sencilla y esperanzadora: 30 — ¿A qué se parecerá el Reino de Dios?, o ¿con qué parábola lo compararemos? 31 Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra; 32 pero, una vez sembrado, crece y llega a hacerse mayor que todas las hortalizas, y echa ramas grandes, hasta el punto de que los pájaros del cielo pueden anidar bajo su sombra (Mc 4,30-32). Una semilla de mostaza es ínfima –un granito de mucho menos de un milímetro de diámetro–, pero cuando crece es un matorral respetable. Todo lo grande comienza siendo pequeño, y la santidad también. Es bueno tener esperanza de hacer todo bien y con mucho amor de Dios, pero comencemos por el grano de mostaza: uno o unos pocos propósitos cada día, asequibles y que nos los propongamos porque nos da la gana, porque nos sale del corazón el luchar por sacándolos adelante, para ofrecerlos al Señor y hacer felices a los demás.
— Está llegando el verano, y ahora es un buen momento para concretar propósitos sobre el modo de cuidar nuestra vida cristiana en este tiempo. En una planta, en un árbol, es importante echar raíces. Las hojas se pueden secar y caer, pero no pasa nada si el árbol tiene buenas raíces y la humedad suficiente en el suelo: volverá a brotar, e incluso con más fuerza. ¿Cuáles son las raíces que dan estabilidad? Una fe sólida, una conciencia bien formada, un recurso habitual a los sacramentos —al menos la Misa dominical bien vivida— y una devoción cariñosa a la Virgen —al menos tres avemarías antes de dormir—.
— Y luego, abonar, regar y cuidar la planta para que crezca cada día y llegue a ser muy hermosa. Ayer celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, aquel lugar de donde brota su gran amor, y hoy la fiesta del Corazón de María. A Jesús y a su madre Santa María les pedimos que se queden para siempre en nuestro corazón para que echemos raíces y la savia de su Amor nos llene y vivifique.

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