Las convicciones espirituales en la construcción de la paz


El discurso de Benedicto XVI en Asís el pasado jueves 27 de octubre en el marco de la Jornada  de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, invita a pensar a fondo y sin prejuicios. Animo a todos a leerlo despacio para después dialogar sobre él. De momento, señalo las ideas que me han parecido más relevantes.
El poder transformador de los ideales espirituales
Al comienzo de su discurso el Papa reflexionó sobre lo sucedido poco después del encuentro por la paz convocado también en Asís por Juan Pablo II: «En 1989, tres años después de Asís, el muro cayó sin derramamiento de sangre. De repente, los enormes arsenales que había tras el muro dejaron de tener sentido alguno. Perdieron su capacidad de aterrorizar. El deseo de los pueblos de ser libres era más fuerte que los armamentos de la violencia. La cuestión sobre las causas de este derrumbe es compleja y no puede encontrar una respuesta con fórmulas simples. Pero, junto a los factores económicos y políticos, la causa más profunda de dicho acontecimiento es de carácter espiritual: detrás del poder material ya no había ninguna convicción espiritual. Al final, la voluntad de ser libres fue más fuerte que el miedo ante la violencia, que ya no contaba con ningún respaldo espiritual».
Sin embargo, la libertad por sí sola no garantiza la paz si carece de orientación, ya que muchos la tergiversan entendiéndola como libertad también para la violencia.  «A grandes líneas –según mi parecer, dijo Benedicto XVI– se pueden identificar dos tipologías diferentes de nuevas formas de violencia, diametralmente opuestas por su motivación, y que manifiestan luego muchas variantes en sus particularidades».
La violencia de motivaciones religiosas
La primera de estas tipologías está ligada históricamente, al menos en parte, a grupos religiosos. «Tenemos ante todo el terrorismo, en el cual, en lugar de una gran guerra, se emplean ataques muy precisos, que deben golpear destructivamente en puntos importantes al adversario, sin ningún respeto por las vidas humanas inocentes que de este modo resultan cruelmente heridas o muertas. A los ojos de los responsables, la gran causa de perjudicar al enemigo justifica toda forma de crueldad. Se deja de lado todo lo que en el derecho internacional ha sido comúnmente reconocido y sancionado como límite a la violencia. Sabemos que el terrorismo es a menudo motivado religiosamente y que, precisamente el carácter religioso de los ataques sirve como justificación para una crueldad despiadada, que cree poder relegar las normas del derecho en razón del «bien» pretendido. Aquí, la religión no está al servicio de la paz, sino de la justificación de la violencia».
Se podría objetar que, a lo largo de la historia, muchos cristianos no han sido precisamente un modelo de constructores de paz, sino al contrario. Pero la búsqueda de la verdad lleva a reconocer los hechos que han de ser reprobados: «A este punto, quisiera decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia. La Cruz de Cristo es para nosotros el signo del Dios que, en el puesto de la violencia, pone el sufrir con el otro y el amar con el otro. Su nombre es «Dios del amor y de la paz» (2 Co 13,11). Es tarea de todos los que tienen alguna responsabilidad de la fe cristiana el purificar constantemente la religión de los cristianos partiendo de su centro interior, para que – no obstante la debilidad del hombre – sea realmente instrumento de la paz de Dios en el mundo».
Pero no sólo la fe cristiana ha sido en ocasiones ocasión de violencia. A cada religión le compete hacer un examen sincero y reconocer la verdad. El hecho de una tipología fundamental de la violencia se funde hoy religiosamente, pone a las religiones frente a la cuestión sobre su naturaleza, y obliga a todos a una purificación.
Crueldad y violencia sin medida en un mundo sin Dios
La segunda tipología que mencionaba Benedicto XVI tiene una motivación exactamente opuesta: «es la consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad. Los enemigos de la religión – como hemos dicho – ven en ella una fuente primaria de violencia en la historia de la humanidad, y pretenden por tanto la desaparición de la religión. Pero el «no» a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios».
Pero, con ser esos horrores por encima de toda medida, no son las únicas manifestaciones de hasta dónde puede llegar la crueldad humana. Hoy día seguimos padeciendo esas consecuencias en todo el mundo. El diagnóstico del Papa es certero: «La adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal. El deseo de felicidad degenera, por ejemplo, en un afán desenfrenado e inhumano, como se manifiesta en el sometimiento a la droga en sus diversas formas. Hay algunos poderosos que hacen con ella sus negocios, y después muchos otros seducidos y arruinados por ella, tanto en el cuerpo como en el ánimo. La violencia se convierte en algo normal y amenaza con destruir nuestra juventud en algunas partes del mundo. Puesto que la violencia llega a hacerse normal, se destruye la paz y, en esta falta de paz, el hombre se destruye a sí mismo».
Si las religiones deben reflexionar sobre su verdadera naturaleza y purificarse, también los impulsores de un ateísmo militante deben ser conscientes del grave daño que han hecho a la humanidad, y buscar la verdad.
La aportación de los no creyentes que buscan la verdad
Benedicto XVI es consciente de que en la sociedad actual hay muchas personas que no se sienten identificadas ni como practicantes de ninguna religión ni como paladines de un fundamentalismo laicista: «Junto a estas dos formas de religión y anti-religión, existe también en el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios. Personas como éstas no afirman simplemente: “No existe ningún Dios”. Sufren a causa de su ausencia y, buscando lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él. Son “peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz”».
Estas personas tienen un papel importante que aportar en la cultura contemporánea: «Plantean preguntas tanto a una como a la otra parte. Despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay un Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad exista y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella. Pero también llaman en causa a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás».
La existencia de personas así invita a pensar a cualquiera que tenga sentido común y buena voluntad, y lleva a los cristianos a reflexionar sobre su propia conducta para que los demás puedan ver en ellos el verdadero rostro de Dios: «Estas personas buscan la verdad, buscan al verdadero Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios. Así, su lucha interior y su interrogarse es también una llamada a los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios – el verdadero Dios – se haga accesible».
El discurso completo puede leerse aquí

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