Jesús habla con un joven, contigo
— En estos días se está celebrando
en Roma un sínodo sobre los jóvenes. Toda la Iglesia reza especialmente por los
jóvenes, para que descubran en Cristo el camino de su felicidad, y se decidan a
seguir la aventura de amor a la que el Señor los ha destinado.
— El Evangelio de la Misa del
domingo nos presenta un encuentro interesante, un muchacho bueno, que se siente
atraído por Jesús y le pregunta con deseos de aprender: Cuando salía para
ponerse en camino, vino uno corriendo y, arrodillado ante él, le preguntó:
-Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? (Mc 10,17).
— Es un israelita piadoso que ya
sabe la respuesta fundamental, pero la fascinación por Jesús le mueve a
acercarse a él. Siente en su corazón el deseo de hablar a solas con Jesús de todas las cosas nobles que lleva por dentro. Como tú y como yo lo deseamos. Desde la profundidad del corazón, le hace una pregunta esencial e ineludible para la
vida de todo hombre, pues se refiere al bien moral que hay que practicar y a la
vida eterna, al sentido de la vida. Decía Juan Pablo II que “el hombre que quiere comprenderse
hasta el fondo a sí mismo, debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con
su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo”
(Redemptor hominis, 10). Así nos
vemos y nos acercamos ahora a Jesús como ese muchacho.
— Jesús le dijo: -¿Por qué me llamas bueno? Nadie es
bueno sino uno solo: Dios. 19 Ya conoces los mandamientos: no
matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, no
defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre (Mc 10,18-19).
Después de recordarle que sólo Dios es bueno, le enumera los mandamientos de la
“segunda tabla”, los del prójimo. Ya había enseñado en el Sermón de la Montaña,
y quizá por eso el joven estaba deslumbrado, que no se trata de cumplir sin
más: Jesús invita a cumplir los mandamientos de Dios —en particular, el
mandamiento del amor al prójimo—, interiorizando
y radicalizando sus exigencias: el amor al prójimo brota de un corazón que
ama y que, precisamente porque ama, está dispuesto a vivir las mayores exigencias.
— Está bien dispuesto y dice algo que no es
fácil afirmar sin que la conciencia nos reproche nada: -Maestro, todo esto lo he
guardado desde mi adolescencia -respondió él (Mc 10,20).
— Jesús se conmueve, como ante
nosotros cuando le hablamos con el corazón, y con su respuesta le muestra el camino para ser feliz ahora y siempre: Y
Jesús fijó en él su mirada y quedó prendado de él. Y le dijo: -Una cosa te
falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un
tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme (Mc 10,21).
No basta con tener buenos deseos, hace falta que se concreten en decisiones generosas.
— La anécdota termina mal: Pero él, afligido por estas
palabras, se marchó triste, porque tenía muchas posesiones (Mc 10,22).
Incluso los discípulos se asustan de la exigencia de Jesús: Los discípulos se quedaron
impresionados por sus palabras. 26 Y ellos se quedaron aún más asombrados
diciéndose unos a otros: -Entonces, ¿quién puede salvarse? (Mc 10,24a.26).
— Pero la reacción de Jesús es
animante. Dios no se deja ganar en generosidad, y así lo deja claro a quienes lo escuchan para que estén seguros de que Dios no quita nada sino que da todo: Jesús respondió: -En verdad os digo que no hay
nadie que haya dejado casa, hermanos o hermanas, madre o padre, o hijos o
campos por mí y por el Evangelio, 30 que no reciba en este mundo
cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con
persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida eterna (Mc 10,29-30).
— Que aprendamos a concretar lo que
Jesús nos pide personalmente al hablar con él (más pensar en los demás, trabajo mejor hecho por amor a Dios y a
los demás, más generosidad con los necesitados, más frecuencia de sacramentos,
más oración, … hasta entregar la propia vida respondiendo con generosidad a su llamada). No nos fijemos en lo que cuesta, sino pensemos en el premio que
Dios concede, y pronto, a los que son generosos.
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