Esfuerzo, servicio, ideales

— Acompañamos a Jesús, que va regresando con sus discípulos de esos días de vacaciones en Cesarea de Filipo, y les va diciendo algo que los deja preocupados: Salieron de allí y atravesaron Galilea. Y no quería que nadie lo supiese, porque iba instruyendo a sus discípulos. Y les decía: -El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto resucitará a los tres días. Pero ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle (Mc 9,30-32).
— Comprendemos y compartimos su preocupación, porque a nadie le agrada sufrir, pero forma parte de la lógica de Dios, impresa en la propia naturaleza, que para tener fruto es necesario poner generosidad y esfuerzo: como la siembra del campo, como el trabajo de la recolección. Somos conscientes de que también sucede así en nuestra vida: para ser hombres que puedan aportar algo a la sociedad y ellos mismos se realicen en su trabajo, necesitamos estudiar, adquirir conocimientos, desarrollar competencias, forjar nuestro carácter, aprender a sufrir (también en el deporte, fútbol o ciclismo, o cualquiera, sólo llegan a triunfar los que se someten voluntariamente a una disciplina de entrenamientos, preparación, comidas, etc.)
— A la vez, el Evangelio nos cuenta algo que retrata muy bien el carácter de los Apóstoles, y el nuestro: Y llegaron a Cafarnaún. Estando ya en casa, les preguntó: -¿De qué hablabais por el camino? Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor (Mc 9,33-34). ¡Qué torpes y egoístas! Jesús va camino de la Cruz, y ellos no piensan en otra cosa que en quién mandará sobre los demás. Así somos a veces, egoístas. No nos damos cuenta de las necesidades de los demás, sino que vamos a lo nuestro, y pasamos de los otros.
— Por eso las palabras de Jesús se dirigen a cada uno en particular: Entonces se sentó y, llamando a los doce, les dijo: -Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y servidor de todos. Y acercó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado (Mc 9,35-37). Logrará triunfar en la vida, ser feliz, aquel que aprende a servir, el que no se mueve por egoísmo, sino por prestar atención a las necesidades de los demás.
— Si no nos detenemos a pensar, podemos andar desorientados por la vida. Buscamos los placeres inmediatos, y nos olvidamos de lo que realmente hace disfrutar. Pero Dios ve las cosas de otro modo, y les pone un niño por delante para que aprendan en dónde está Jesús siempre: en los pequeños, los necesitados, los que requieren ayuda.
— A veces en la vida vamos tan pegados a la tierra que tenemos una visión plana, pero la vida real es en 3D. San Josemaría lo explicaba así a los muchachos con los que hablaba: La gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. –Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen (Camino 279).
— Jesús, ¿me conformo con llevar una vida plana, pegada a la tierra, sin darme cuenta de lo que me pierdo, o tengo hambre de ideales? La juventud es “revolucionaria”, no se conforma contemplando a personas que sufren o que no han descubierto aquello que los haría felices: la fe y el trato con Dios, los ideales del Evangelio.
— El trabajo que hay que hacer en el mundo es muy grande. Hay bastante gente que trabaja por hacer un mundo mejor, siguiendo a Jesús, pero son pocos. El Señor nos necesita y invita a seguirlo. Nunca es tarde. Aunque llevemos años en que nuestra vida cristiana apenas se vaya manteniendo, siempre es buen momento para pisar el acelerador de la correspondencia a la gracia y sumarse a la aventura.
— No retrasarlo. Es verdad que, en la vida, aunque hayan pasado los años, siempre estamos a tiempo. Pero es mucho más bonito no esperar a viejo, porque estaremos desaprovechando muchas oportunidades de servir, de ayudar, y de ser más felices.
— Vamos a decirle al Señor que sí, que aquí estamos con él. ¿Por dónde empezamos?
-  Primero por abrirle nuestro corazón, sacando lo que nos pese –y nos lo perdonará todo en la confesión– y adquirir la fortaleza que necesitamos, con el alimento de la Eucaristía frecuente.
-  Profundizar en la amistad con él, hablando: oración. Formarnos bien para profundizar en la en el conocimiento de Jesús y de lo que Él nos enseña para nuestra vida.
-  Viendo el mundo y las necesidades de los demás, y reaccionando: servicio, comenzando por lo primero que es el estudio responsable y profundo. Pero también la solidaridad: visitas ancianos o enfermos, etc.
— La Virgen, desde el Cielo, nos puede abrir los ojos para que veamos con la lógica de Dios. Madre mía, enséñame a mirar la realidad con profundidad, con todas sus dimensiones, con visión sobrenatural, y a actuar en consecuencia.

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