Alegres, con esperanza
— La próxima fiesta de la Ascensión del
Señor, tiene un algo alegre y un algo triste. Alegre, porque la humanidad de Jesús
recibe que se merece. Triste, porque los Apóstoles sentirían la soledad, como
nosotros a veces: sabemos que Jesús nos acompaña desde el Cielo, pero nos
gustaría tenerlo aquí en la tierra para aprender de él y gozar de su amistad y
consuelo.
— El libro de los Hechos de los Apóstoles
nos cuenta que mientras que estaba Jesús con los suyos, se elevó, y una nube
lo ocultó a sus ojos. 10 Estaban mirando atentamente al cielo
mientras él se iba, cuando se presentaron ante ellos dos hombres con vestiduras
blancas 11 que dijeron: -Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al
cielo? (Hch 1,9-11). Es como si dijeran a los Apóstoles –y a
nosotros–: no perdáis más el tiempo, ahora os toca a vosotros hacer y enseñar
lo que habéis aprendido de Jesús.
— Se trata de una tarea apasionante la que
nos encarga a todos los cristianos: dar testimonio de la verdad y el amor, como
Jesús lo dio, en el mundo en que vivimos. Hemos de vivir de fe y de esperanza: ¡Optimistas,
alegres! ¡Dios está con nosotros! –escribía San Josemaría– Por
eso, diariamente me lleno de esperanza. La virtud de la esperanza nos hace ver
la vida como es: bonita, de Dios (Carta 19-III-1967, 150; VP III, p.
515).
— Dame Señor tu luz, para ver la realidad
como es, bonita, divina, y para que me convierta, para quitar de mi vida todo
lo que estorbe a tus planes de amor.
— Quien
se convierte a fondo y deja que Dios sea el centro de su alma, inteligencia,
imaginación y corazón —y es una experiencia continua en la labor de almas— mira
el futuro con esperanza. Es lo que cuenta San Pablo de los Tesalonicenses: 6 Ciertamente os hicisteis imitadores
nuestros y del Señor, acogiendo la palabra con el gozo del Espíritu Santo, aun
en medio de grandes tribulaciones; 7 hasta el punto de que os habéis
convertido en modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. 8
Porque a partir de vosotros se ha difundido la palabra del Señor, no sólo en
Macedonia y en Acaya, sino que por todas partes se ha propagado vuestra fe en
Dios, de modo que nosotros no tenemos necesidad de decir nada. 9
Ellos mismos cuentan qué acogida nos dispensasteis y cómo os convertisteis a
Dios abandonando los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero 10
y esperar desde los cielos a su Hijo Jesús -a quien resucitó de entre los
muertos- que nos libra de la ira venidera (1 Tes 1,6-10). La fe remueve, no presta atención a los
obstáculos, es audaz apostólicamente, porque tiene esperanza en que vendrá el
Hijo de Dios.
— Los cristianos de Tesalónica están
deslumbrados por la hermosura de la fe recibida, asumen el gran proyecto que
tienen por delante, y la esperanza los lleva con en volandas en la expansión
apostólica. La historia de la gracia de Dios se repite y hoy volvemos a vivir
esa gran aventura, en un mundo paganizado.
— Es lo mismo que sucede al propio San
Pablo, cuando llega a Atenas: en el Areópago Pablo se lanza con
audacia a hablar de Cristo resucitado, con un lenguaje asequible a sus oyentes
(cf. Hch 17,22-30). Era difícil y el primer intento no funcionó. Pero sabía que
tenía algo que aportar, y a la larga fue muy eficaz su esfuerzo por secundar la
gracia de Dios. Así sucede con nosotros una y otra vez.
— Las virtudes teologales se aumentan
pidiéndolas y ejercitándolas. Por eso ahora le pedimos al Señor: adauge
nobis fidem, spem, caritatem…!
— Necesitamos la esperanza, por eso la
pedimos. Cuando llega un momento en que una persona ya no espera nada, se
levanta por la mañana y está como muerta: es incapaz de moverse y aún más de
remover. La monotonía de una vida rutinaria, el acostumbramiento a ir tirando
en la vida espiritual, conformándose con algún rezo esporádico, pero sin generosidad
creativa para servir a quienes lo necesitan, puede ir sumiéndonos en una
depresión espiritual. Si voy notando algunos síntomas, ayúdame a reaccionar.
— Cuando alguien languidece, necesita un
revulsivo fuerte para que recupere la energía interior, y nuestra vida, el tono
de nuestra conversación, y sobre todo nuestro comportamiento diario, está
llamado a ser el despertador de los deseos de santidad que Dios despierta en el
corazón de quienes tenemos cerca.
— Cada vez que en el corazón brota una
chispa de esperanza, es como un milagro: todo se vuelve distinto, a pesar de
que nada haya cambiado. Esto ocurre con personas, labores, e incluso en la vida
social —laboral y nacional, hasta en un partido de fútbol—: si vuelve a surgir la
esperanza, se recuperan y despiertan nuevas energías. Nada humano puede lograr
lo que consigue hacer la virtud de la esperanza.
— Es muy conocido el poema de Charles Péguy
sobre la esperanza teologal. Dice que las tres virtudes teologales son como
tres hermanas: dos de ellas son mayores, y una, en cambio, es una niña pequeña.
Avanzan juntas de la mano, con la niña esperanza en el centro. Al verlas,
parece que son las mayores las que llevan a la niña, sin embargo, es todo lo contrario:
es la niña la que lleva a las dos mayores. Es la esperanza la que lleva a la fe
y a la caridad. La esperanza arrastra, sin ella todo languidece.
— La esperanza mueve a los jóvenes y a los
mayores. Todos necesitamos esperanza, perder el miedo a romper con la comodidad
que nos frena, y con inercias inútiles. A todos nos llamó en su momento la
atención la energía de Juan Pablo II al inicio de su pontificado: «No tengáis
miedo: abrid las puertas a Cristo!».
— Tenemos motivos de sobre para vivir de
esperanzas: La seguridad de sentirme –de saberme– hijo de Dios me llena
de verdadera esperanza (Amigos de Dios, 208). El cristiano ha de
ser «sembrador de esperanza, de optimismo, de alegría». ¿No gritaríais de
buena gana a la juventud que bulle alrededor vuestro: ¡locos!, dejad esas cosas
mundanas que achican el corazón... y muchas veces lo envilecen..., dejad eso y
venid con nosotros tras el Amor? (Camino, 790).
— La esperanza es decisiva y la fuente de
la esperanza es Santa María. A ella acudimos: Santa María, ruega por
nosotros, para que perdamos el miedo a cambiar, para que sepamos –como
decía aquella canción tan bonita de Diego Torres– pintarnos la cara color
esperanza, entrar al futuro con el corazón.
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