Cuando parece que nos hundimos...



El evangelio del domingo nos lleva junto a las aguas frescas del mar de Galilea. Jesús ha terminado de hablar en parábolas después de una larga y agotadora jornada: 35 Aquel día, llegada la tarde, les dice: -Crucemos a la otra orilla. 36 Y, despidiendo a la muchedumbre, le llevaron en la barca tal como estaba. Y le acompañaban otras barcas (Mc 4,35-36). Conmueve ver a Jesús cansado. Como nosotros ahora al final del curso, con pocas fuerzas y con ganas de descansar. Se deja llevar.
37 Y se levantó una gran tempestad de viento, y las olas se echaban encima de la barca, hasta el punto de que la barca ya se inundaba. 38 Él estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal (Mc 4,37-38a). Lo que les sucede es como una metáfora de la vida. Cuando uno tiene pocas fuerzas y sólo piensa en descansar, a veces se levantan tempestades que parecen que van a hundir todo: un resultado académico no esperado, una enfermedad propia o de personas queridas, un problema familiar, una decepción de una persona en la que confiábamos,… nos deja como desarmados, sin recursos.
— Nuestra fe flaquea, parece como si Jesús estuviera ausente —estaba en la popa durmiendo— a nuestros problemas, como si nos hubiese abandonado justo cuando más lo necesitamos.
— Los Apóstoles no se lo piensan más y lo molestan despertándolo: Entonces le despiertan, y le dicen: -Maestro, ¿no te importa que perezcamos? (Mc 4,38b). Que aprendamos de ellos: insistamos en nuestra oración aunque nos parezca impertinente, demasiado cargante, o aunque tengamos miedo de molestar: él nos quiere y nos comprende. Podría haber reaccionado sin esperar a que le insistan, pero sabe que les hará bien perseverar en la oración, como a nosotros
— Jesús, que nos ha dejado perseverar para probarnos, por fin interviene: 39 Y, puesto en pie, increpó al viento y dijo al mar: -¡Calla, enmudece! Y se calmó el viento y sobrevino una gran calma. 40 Entonces les dijo: -¿Por qué os asustáis? ¿Todavía no tenéis fe? (Mc 4,39-40). Les reprende por su falta de fe. ¿No mereceríamos nosotros algunas veces esa reprensión por querer respuestas demasiado rápidas, o a nuestro gusto, o porque esperamos que todo nos lo dé facilito, sin poner esfuerzo de nuestra parte, sin sufrir un poco? Vamos a pedirle que nos aumente la fe, la esperanza y el amor.
— Cuando estemos como en tensión, cuando nos parezca que nos hundimos sin remedio, lo que necesitamos, como Jesús, es reposar serenos. Descansad en la filiación divina. Dios es un Padre lleno de ternura, de infinito amor (S. Josemaría, Amigos de Dios, 150). En toda nuestra vida, en lo humano y en lo sobrenatural, nuestro descanso, nuestra seguridad, no tiene otro fundamento firme que nuestra filiación divina. Echad sobre Él vuestras preocupaciones -decía San Pedro a los primeros cristianos-, pues Él tiene cuidado de vosotros (1 P 5,7).
— Estos días al final del curso son muy buenos para abandonar en Dios nuestras preocupaciones y vivir en sus brazos serenos, tranquilos, como un niño pequeño en brazos de su madre o de su padre. Gastemos nuestro tiempo en recuperar energías, y en primer lugar energías sobrenaturales mediante la oración, el trato confiado con Jesús en el sagrario, la eucaristía, la lectura serena y meditada de la Sagrada Escritura,… Pero también en servir a los demás y en continuar cultivando nuestra formación cultural y cristiana.
— Cuando parece que todo se mueve y necesitamos orientación y reposo, pongamos nuestra mirada en María: Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María. Si eres agitado por las olas de la soberbia, de la murmuración, de la ambición, de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la carne arrastran con violencia la navecilla de tu alma, mira a María. (…) En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión no te desvíes de los ejemplos de su virtud. Si la sigues, no te descaminarás. Si acudes a ella no desesperarás. Si piensas en ella, no te perderás. Si ella tiende su mano, no caerás. Si te protege, nada tendrás que temer. Si es tu guía, no te fatigarás. Si ella te ampara, llegarás a feliz puerto (S. Bernardo, Homilías sobre la Virgen Madre II, 17 [PL 183, 70-71]).

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