Ábrete
—Comenzamos un
nuevo curso: como un cuaderno con las hojas en blanco que esperan que lo
convirtamos en una obra de arte, no en un montón de hojas arrugadas llenas de
garabatos. Le pedimos al Señor que nos enseñe a hacerlo y procuramos aprender
de Él entrando en el Evangelio como un personaje más.
— El evangelio del
domingo nos habla de un diálogo abierto con Jesús: Jesús salió de la región de Tiro y vino a través de Sidón hacia el mar
de Galilea, cruzando el territorio de la Decápolis. 32 Le traen a
uno que era sordo y que a duras penas podía hablar y le ruegan que le imponga
la mano (Mc 7,31-32). Lo que a ese hombre le sucede es algo bastante
corriente: una persona que no oye (que no se hace cargo de lo que le dicen), y
que no expresa lo que le sucede. Una persona con la que es imposible dialogar.
— ¿No nos sucede a
nosotros con frecuencia algo parecido? Estamos tan metidos en lo nuestro que no
nos hacemos cargo de las necesidades de quienes tenemos alrededor aunque nos
hablen. Decimos cosas, pero no expresamos todo lo que llevamos por dentro. Nos
pasa al hablar con los demás, pero también al ponernos delante del Señor: es
difícil dialogar. Nos cuesta la oración, y también nos podemos sentir un poco
aislados de los demás. Las personas que conocen y tratan a ese hombre perciben
que hay un problema y se lo llevan a Jesús.
— Jesús, 33 apartándolo de la muchedumbre,
le metió los dedos en las orejas y le tocó con saliva la lengua; 34
y mirando al cielo, suspiró, y le dijo: -Effetha -que significa: “Ábrete”
(Mc 7,33-34). Utiliza símbolos sencillos de curación (tocar con el dedo
consuela el dolor o las molestias, la saliva ayuda a suavizar y sanar rasguños
o pequeñas heridas), porque ese persona necesita ser curada.
— Utiliza sus
dedos. En la liturgia, el «dedo de Dios» es el Espíritu Santo: Tu septiformis munere, dextrae Dei tu digitus se le llama en el
himno Veni Creator Spiritus. Jesús
toca y sana nuestro corazón con su Espíritu Santo. Pidámosle que nos sane y nos
fortalezca para que podamos entrar de verdad en diálogo con Dios y con los
demás.
— Y dice una
«palabra mágica»: Effetha, ábrete.
Esa es la palabra mágica, el consejo secreto que el Señor nos quiere dar a cada
uno para que este curso que estamos comenzando sea gozoso: ábrete, no te encierres en ti mismo, olvídate de tu pequeño mundo
que te hace sufrir y te genera tensiones por cuestiones que no valen nada, abre
tus ojos y tus oídos al mundo para mirar y escuchar a las personas que tienes
cerca, y sobre todo para contemplar y hablar con Dios, y todo será distinto.
— 35 Y se le abrieron los oídos,
quedó suelta la atadura de su lengua y empezó a hablar correctamente. 36
Y les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo mandaba, más
lo proclamaban; 37 y estaban tan maravillados que decían: -Todo lo
ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos
(Mc 7,35-37). Es tanta su alegría que no se puede callar, que la comparte
con todo el mundo. Así estaremos de contentos cuando nos abramos de verdad.
— El Señor nos
insiste ahora: ábrete en la oración
para que hablemos a fondo como amigos de verdad, ábrete haciendo una buena confesión para dejar limpia el alma y
comenzar el curso con la casa en orden y bonita, ábrete al diálogo y a la convivencia con las personas que tienes cerca
y no te encierres en lo tuyo, ábrete
a las necesidades y esperanzas del mundo en que vivimos y que está lleno de
retos.
— Que nos dejemos
tocar por «el dedo de Jesús», por el Espíritu Santo para que nos purifique y
nos cure. Quienes había experimentado lo que se siente al estar cerca de Jesús
lo resumían en pocas palabras: Todo lo ha
hecho bien. Ojalá que ese pudiera ser también el resumen de nuestra vida.
— Pidamos
a la Virgen que, como buena madre, nos ayude a ponernos con sencillez en sus
brazos y abrirnos sin miedo a la gracia de Dios y al futuro tan bonito que Dios
nos pone por delante en este curso.
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