Plan de vida
– San Marcos
inicia su evangelio contando un día completo de Jesús. Así nos ayuda a conocer
la variedad de actividades y lo que tienen en común, para que nuestros días se
parezcan a los suyos. La semana pasada en sinagoga hablaba con autoridad y
expulsó un demonio. Hoy sigue la escena del mismo sábado: En
cuanto salieron de la sinagoga, fueron a la casa de Simón y de Andrés, con
Santiago y Juan. La suegra de Simón estaba acostada con fiebre, y
enseguida le hablaron de ella. Se acercó, la tomó de la mano y la
levantó; le desapareció la fiebre y ella se puso a servirles
(Mc 1,29-31).
– De entrada Jesús
convive con sus amigos y disfruta de la hospitalidad, la buena comida, el trato
amable… y se da cuenta también de quién necesita algo y pone los medios para
ayudarle. Más que el milagro de curarla llama la atención su ejemplo de
actuación en la vida corriente. Para un cristiano todas esas circunstancias son
relevantes para su vida espiritual. Jesús ayúdame a ser como tú, a tener amigos,
a disfrutar con ellos, también de todas las cosas buenas de la vida. No en plan
egoísta para pasarlo yo bien, sino como tú, atento también a servir. Y no tan
metido en lo que disfruto que no me dé cuenta de las necesidades de los otros y
me adelante a servir.
– Al atardecer, cuando se había puesto el sol, comenzaron a llevarle a todos los
enfermos y a los endemoniados. Y toda la ciudad se agolpaba en la
puerta. Y curó a muchos que padecían diversas enfermedades y
expulsó a muchos demonios, y no les permitía hablar porque sabían quién era
(Mc 1,32-34). Fue larga la sobremesa y la conversación en el patio de la
casa de Pedro, a la sombra, y luego salieron a tomar el aire a la puerta de la
calle. Allí le van llevando personas con distintos problemas y los atiende a
todos.
– Es un día de
descanso, y descansa. Pero su descanso no es egoísta. No se enfada ni despide a
los que no le dejan disfrutar de esa paz. Atiende. ¿Reacciono así cuando me
interrumpen en mi descanso o en lo que me gusta? Gasto con alegría mi tiempo en
dárselo a los demás. Es bueno el orden en el trabajo, pero para el tiempo libre
la prioridad no soy yo, sino los demás.
– De madrugada, todavía muy
oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí hacía oración
(Mc 1,35). Se levanta temprano y antes de comenzar su actividad ordinaria,
dedica un tiempo a hacer su oración, ese diálogo con Dios Padre del que no
puede ni quiere prescindir.
– Salió a buscarle Simón y los que estaban con él, y cuando lo
encontraron le dijeron: -Todos te buscan. Y les dijo: -Vámonos a
otra parte, a las aldeas vecinas, para que predique también allí, porque para
esto he venido. Y pasó por toda Galilea predicando en sus
sinagogas y expulsando a los demonios (Mc 1,36-39). En vez de quedarse
a gusto en Cafarnaún se pone en marcha: sale a buscar a quien lo necesita,
aunque tal vez no lo sepan. También enseñó Jesús a los suyos a realizar esa
tarea de apóstoles, el apostolado.
– En resumen: en
un día de Jesús hay tiempo para ir a la sinagoga, para disfrutar con los
amigos, para hacer su trabajo atendiendo a las personas, para tomar el fresco y
descansar, para hacer oración, para buscar a quien lo necesita. Todo cabe, con
un poco de orden. Poner ese orden en
nuestro día nos ayudará a vivir como Él. Eso es lo que se llama “Plan de vida”:
un esquema flexible, pero útil, para aprovechar el tiempo y no prescindir de
nada de lo que es importante en nuestra vida: el trato con Dios, el trabajo, el
descanso, la familia, la amistad, el apostolado, el servicio.
– Si no lo tenemos
ya concreto, ahora podemos pedirle a Jesús que nos ayude a concretarlo bien:
normas de piedad, horario de estudio, deporte y descanso, formación. Y también
pensar a quién podemos ayudar a que esté más cerca de Jesús.
– Procura atenerte a un plan de vida, con
constancia: unos minutos de oración mental; la asistencia a la Santa Misa
–diaria, si te es posible– y la Comunión frecuente; acudir regularmente al
Santo Sacramento del Perdón –aunque tu conciencia no te acuse de falta mortal–;
la visita a Jesús en el Sagrario; el rezo y la contemplación de los misterios
del Santo Rosario, y tantas prácticas estupendas que tú conoces o puedes
aprender (Amigos de Dios, 149). Esas normas de piedad no son una
carga impuesta desde fuera, sino ocasiones de encuentro y trato con quien tanto
nos quiere. Tu plan de vida ha de ser como ese guante de goma que se
adapta con perfección a la mano que lo usa (Ibídem.).
– Sabiendo por qué
lo hacemos, tiene sentido una lucha sin cuartel para ser totalmente fieles al
plan de vida: tratamos de evitar la rutina –cada norma de piedad es un
encuentro irrepetible con nuestro Señor Jesucristo–, tenemos una hora para hacer
la oración, para ir a Misa o visitar a Jesús en el Sagrario, etc. y prevemos
las dificultades de horario para adelantar las normas de piedad cuando no las
vamos poder a hacer a la hora acostumbrada. Además, el plan de vida no es un
mosaico de piedras aisladas, sino algo bien engarzado que generará en nosotros
el hábito, el sentido sobrenatural de referir todos los acontecimientos de
nuestra vida a Dios, hasta llegar a lo que decía San Pablo: vivo, pero ya no
vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gal 2, 20).
– Le pedimos a la
Virgen María que nos enseñe a vivir así, como su hijo Jesús, cada uno de
nuestros días.
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