De la oscuridad a la luz

 — Este domingo, en la primera lectura de la Misa, Jeremías, en medio de la tristeza y el abatimiento del destierro, lanza un grito de júbilo y esperanza. Gente que está llorando y no tiene fuerzas, encontrarán energías y les facilitará el camino: esto dice el Señor: "Lanzad gritos de alegría por Jacob, cantad himnos de gozo a la capital de las naciones. Anunciad, alabad y pregonad: "¡El Señor salva a su pueblo, al resto de Israel!". Mirad que los traigo de la tierra del norte, de los confines de la tierra los reúno. Con ellos vienen ciegos y cojos, embarazadas y paridas juntas, una enorme comunidad vuelve acá. Vendrán con llantos, los guiaré entre súplicas, los conduciré a corrientes de agua, por camino llano, sin tropiezo, porque Yo soy padre para Israel, y Efraím es mi primogénito (Jr 31,7-9). ¡Animo, no estamos solos, el Señor está con nosotros!
— No fueron palabras animantes, pero vacías. Fue real. Dios liberó a su pueblo, y después lo festejarían con gozo: Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión, nos parecía soñar. Se nos llenaba de risas la boca, la lengua, de cantares de alegría. Entonces se decía entre las naciones: "El Señor ha hecho con ellos cosas grandes". El Señor ha hecho con nosotros cosas grandes: estamos llenos de alegría. -Haz volver, Señor, a nuestros cautivos como los torrentes del Négueb. Los que siembran con lágrimas cosechan entre cantares de alegría. Al marchar iban llorando, llevando las semillas. Al volver vienen cantando, trayendo sus gavillas (Sal 126,1-6)
— Lo que pasó con el pueblo de Israel, pasa con cada hombre.
— También el Evangelio nos habla de esa alegría que produce la fe, luz del alma. Jesús va camino de Jerusalén, y ha llegado a Jericó. A la salida, junto a la puerta, estaba el grandioso palacio de Herodes, rodeado de gente con el bullicio del mercadillo que había a sus puertas. Allí, un ciego oye más ruino del normal y pregunta qué pasa: cuando salía él de Jericó con sus discípulos y una gran multitud, un ciego, Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al lado del camino pidiendo limosna. Y al oír que era Jesús Nazareno, comenzó a decir a gritos: -¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí! (Mc 10,46-47). Al oír que es Jesús, una ilusión de cambio lo sacude por dentro.
— Hasta entonces llevaba tiempo resignado a su situación: iba tirando, acostumbrado a no ver. Como tanta gente, como nosotros. Seguramente no siempre a gusto con cómo nos marchan las cosas, pero parece que no tan mal, tanto que no sentimos urgencia de cambiar. Pero de vez en cuando percibimos que hay que decir “basta ya” a la situación.
— Pidamos como él: Ten piedad de mí. Pero surgen dificultades: muchos le reprendían para que se callara (Mc 10,48a) ¡No molestes! Así nos grita también nuestra comodidad: ¿para qué vas a complicarte la vida? Pero el ciego insiste: Pero él gritaba mucho más: -¡Hijo de David, ten piedad de mí! (Mc 10,48b). Aprendamos.
— Su esfuerzo ha valido la pena: Se paró Jesús y dijo: -Llamadle. Llamaron al ciego diciéndole: -¡Ánimo!, levántate, te llama (Mc 10,49). Jesús lo ha oído. Siempre oye a quien sinceramente le habla. También a nosotros hoy si insistimos.
Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús (Mc 10,50). Deja lo que tiene, el manto, sin que le importe perderlo. Y encuentra el premio: Jesús le preguntó: -¿Qué quieres que te haga? -Rabboni, que vea -le respondió el ciego. Entonces Jesús le dijo: -Anda, tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista. Y le seguía por el camino (Mc 10,51-52). No perdió nada, sino que recuperó todo: hasta la vista. Porque fue generoso y se puso frente a Jesús.
 ¡Qué cosa más lógica! Y tú, ¿ves? ¿No te ha sucedido, en alguna ocasión, lo mismo que a ese ciego de Jericó? Yo no puedo dejar de recordar que, al meditar este pasaje muchos años atrás, al comprobar que Jesús esperaba algo de mí -¡algo que yo no sabía qué era!-, hice mis jaculatorias. Señor, ¿qué quieres?, ¿qué me pides? Presentía que me buscaba para algo nuevo y el Rabboni, ut videam -Maestro, que vea- me movió a suplicar a Cristo, en una continua oración: Señor, que eso que Tú quieres, se cumpla (Amigos de Dios, 197)
— Hoy es un buen día para pedir a Jesús que nos ayude a cambiar. Para pedir perdón por nuestros pecados, para quitarnos de la cabeza cosas que nos quitan la paz y el tiempo, para que se abran horizontes nuevos e ilusionantes en la vida. Las cosas pueden cambiar.

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