Amarás al prójimo como a ti mismo



— Un día, narra el fragmento evangélico del próximo domingo, alguien que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: –Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? La pregunta no era ociosa, porque los maestros del pueblo enseñaban que era necesario cumplir los 613 mandamientos de la Torah, de los que cada uno tenía, además, muchos casos particulares.
— Él le dijo: –"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser". Este mandamiento es el principal y primero. El que interrogaba podía sentirse satisfecho en este punto; le podía bastar. Pero, Jesús añade como con un solo suspiro, que hay un segundo mandamiento, «semejante al primero», esto es, inseparable de él, y es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas (Mt 22,34-40). La respuesta es sorprendente. Ninguno de estos mandamientos es uno de los diez mandamientos del Decálogo, sino que proceden de textos diversos, del Deuteronomio y del Levítico, respectivamente. Pero en ellos se encierra todo lo más importante.
— Ser buen cristiano no implica ser una persona obsesionada con muchos mandamientos que hay que cumplir, ante los que uno puede sentirse agobiado, sino ser una persona enamorada que todo lo hace con la alegría del amor.
— Cada uno de nosotros sabemos bien qué significa eso de amarnos a nosotros mismos y tenemos claro qué quisiéramos que los demás hicieran por nosotros. Añadiendo esas palabras, «como a ti mismo», Jesús nos ha puesto delante un espejo ante el que no podemos mentir; nos ha dado una medida infalible para descubrir si amamos o no al prójimo.
Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos (Mt 7, 12). No dice, si te parece bien: Lo que el otro hace contigo, hazlo tú también. Esto sería aún la ley del talión: Ojo por ojo, diente por diente (Dt 19, 21). Dice, más bien: lo que tú quisieras que te hiciese el otro a ti, hazlo tú a él, y eso es bastante distinto.
— ¡Cuántas cosas cambiarían en la sociedad, si pusiéramos por obra esas palabras de Jesús! Hacerlo no es tan difícil. Basta preguntarse en cada situación: ¿si yo estuviese en su sitio y él en el mío, cómo quisiera yo que él se comportase conmigo?
— Las palabras y sobre todo el ejemplo de Jesús en el Evangelio nos invitan a pensar, hablar con él en nuestra oración y sacar consecuencias. Tal vez al pensar en el amor al prójimo lo primero que pensamos es en dedicar algún tiempo que nos sobra a una acción solidaria: acompañar a un viejito para que pasee, consolar a un enfermo, dar una limosna, repartir comida a quien no tiene, participar en una fiesta solidaria… Todo eso está bien, pero es sólo un pequeño comienzo. Incluso puede ser una excusa para sentirnos bien con una buena conciencia.
— Las palabras de Jesús no hablan de obras externas de caridad sino de disposiciones interiores, imprescindible en nuestras relaciones con los demás. Lo primero es querer de verdad a las personas, interesarnos por ellas, tender puentes de amistad, compartir lo mejor que podemos ofrecer: nuestra fe alegre y operativa, que se manifiesta en obras. En resumen, hacer todo por amor: Si callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor. Piensa primero en los demás con verdadero amor y después concreta esos buenos sentimientos del modo que pueda servir más a cada persona.
— Se trata de mirar de un modo distinto las situaciones y las personas con las que nos encontramos para vivir. ¿Cómo? Con la mirada con que quisiéramos que Dios nos mirase a nosotros: de excusa, de benevolencia, de comprensión, de perdón...!
— Cuando el Apóstol san Juan era muy viejito lo llevaban a las reuniones de los cristianos y cuando le pedían que contase algo sobre Jesús, repetía invariablemente: ¡Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (1 Jn 4, 7). Como siempre decía lo mismo le insistían: «Pero tú has estado con Jesús y sabes muchas cosas de él; ¿por qué nos repites siempre la misma cosa?». Y respondía: «Porque es el precepto del Señor y si lo ponemos en práctica, hemos puesto en práctica todo su Evangelio».
— En este mundo en el que vivimos y al que nos gustaría ver en paz, un mundo en que se reconociera la dignidad de todas las personas y se facilitase que entre todos se pudiera hacer una sociedad más justa, estos ideales no se harán realidad si no comenzamos por nosotros mismos: por limpiar nuestro corazón de egoísmos y llenarlo del amor de Dios, y porque se note en nuestra vida de familia y en el trato con nuestros compañeros y amigos que los queremos de verdad y nos interesamos por ellos.
— A nuestra Madre, la Virgen del Amor hermoso, le pedimos que nos ayude a amar como su Hijo nos ha enseñado.

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