Dios nos invita a su banquete
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El Evangelio de este domingo nos habla de que el Señor quiere hacer el bien,
pero experimenta dificultades para hacerlo porque hay personas que no quieren
acoger lo que generosamente les da: El reino de los cielos se parece a un
rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los
convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados,
encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado
terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los
convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios;
los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos
(Mt 22,2-6).
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Eran célebres los banquetes de la alta sociedad de Jerusalén, para los que se
habían ido desarrollando unas estrictas normas de etiqueta. La magnificencia
del anfitrión se mostraba por el número de comensales invitados, y por la
calidad de la comida ofrecida. Para las ocasiones, se contrataban los más
afamados cocineros. Las invitaciones se cursaban en dos fases: quien era
invitado esperaba que, ya de entrada, el anfitrión le comunicase el nombre del
resto de los que habían sido convidados, y aguardaba, además, a que le fuera
reiterada la invitación por medio de mensajeros el mismo día del banquete. Por
su parte, sabía que debía ir vestido correctamente y llevar recogidas las
mangas amplias del vestido para comer sin dificultad. Fuera de la casa donde se
celebraba el banquete se colgaba una tela durante el tiempo en que se recibía a
los invitados, y si alguno llegaba tarde la presencia de ese colgante le
indicaba que aún podía entrar. Normalmente se esperaba a recogerlo a que se
hubiesen servido los tres platos de entrada.
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Dios nos llama a todos a la felicidad de estar con él, simbolizada en ese gran
banquete. Nadie se encuentra excluido. Todos son llamados a participar si se
aceptan libremente a las exigencias amorosas de Cristo: nacer de nuevo, hacerse
como niños, en la sencillez de espíritu; alejar el corazón de todo lo que
aparte de Dios. Jesús espera una respuesta con hechos, no sólo con palabras. Y
eso supone esfuerzo, porque sólo los que luchan serán merecedores de la
herencia eterna.
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El primer problema con el que Dios se encuentra, de ordinario, podemos ser
nosotros mismos que, por frivolidad, no nos damos cuenta de la grandeza que se
nos ofrece, y jugamos a decir que no, a cambio de pequeñeces que no sacian. Nos
quiere dar una vida feliz y tal vez nos excusamos para no acoger su invitación:
No lo escuchamos de verdad ni le hacemos caso, sino que nos quedamos en nuestro
pequeño mundo. No le damos el tiempo que lleva hacer un poco de oración,
visitarlo en el sagrario, rezar unas oraciones, servir a los demás.
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Ahora en estos primeros meses de curso es un buen momento para que nos detengamos
a pensar en las cosas importantes de nuestra vida, en lo que realmente no
interesa, y nos planteemos acoger la invitación del Señor a conocerlo mejor, a
formarnos, a tratarlo como un amigo, a aprender a hacer el bien.
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También en ocasiones, nos sucede que queremos dar un poco más de protagonismo
al Señor en nuestras vidas, lo intentamos, pero nos cansamos pronto o nos sale
mal. Y en seguida viene el desánimo, el pensar que es demasiado para mí, que no
vale la pena que me esfuerce, … tal vez así estaba Santiago junto al Ebro
cuando lo visitó la Virgen del Pilar y todo cambió. Pidámosle hoy que esté
junto a nosotros y nos infunda el ánimo necesario para ser amigos fieles de
Jesús y buenos apóstoles.
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