Los despertadores del cariño
– En este tiempo
pascual vamos recordando, gozando –y aprendiendo– con los recuerdos de las
apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos. El domingo de resurrección
por la noche tuvo lugar la escena del evangelio de este domingo: los discípulos
a los que se había aparecido mientras iban a Emaús, al reconocerlo, marcharon
corriendo a Jerusalén y al llegar se pusieron a contar lo que había pasado
en el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan. 36
Mientras ellos estaban hablando de estas cosas, Jesús se puso en medio y les
dijo: -La paz esté con vosotros. 37 Se llenaron de espanto y de
miedo, pensando que veían un espíritu (Lc 24,35-37).
– Se llenaron
de espanto y de miedo. Todavía no se habían hecho a la idea de lo que
estaba sucediendo a su alrededor. Están viviendo grandes acontecimientos, y
están atolondrados, sin reparar en que Dios está muy cerca de ellos y cuenta
con ellos para que sean protagonistas de una historia apasionante. Como
nosotros. Vivimos a veces como atolondrados, con la cabeza y el corazón
distraído en pequeñeces, sin caer en la cuenta de que el Señor está muy cerca y
cuenta con nosotros para algo grande: colaborar con él en la redención.
– Esto les
sucede porque su fe es todavía muy débil. Por eso Jesús les da señales para que
se fíen: 38 Y les dijo: -¿Por qué os asustáis, y por qué admitís
esos pensamientos en vuestros corazones? 39 Mirad mis manos y mis
pies: soy yo mismo. Palpadme y comprended que un espíritu no tiene carne ni
huesos como veis que yo tengo. 40 Y dicho esto, les mostró las manos
y los pies (Lc 24,38-40). Pero ni siquiera así se hacen cargo. Así nos
sucede a veces. Bastaría con que pensásemos un poco en cómo la providencia del
Señor nos cuida –o nos pone delante de una gran dificultad– para que nos demos
cuenta de que está con nosotros y de que lo necesitamos. Pero con frecuencia
somos torpes, como los Apóstoles.
– Así que Jesús
insiste: 41 Como no acababan de creer por la alegría y estaban
llenos de admiración, les dijo: -¿Tenéis aquí algo que comer? 42
Entonces ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. 43 Y lo tomó y
se lo comió delante de ellos (Lc 24,41-43). Que tú y yo no obliguemos
al Señor a hacer cosas extraordinarias para que caigamos en la cuenta de que
está con nosotros siempre.
– Un buen cristiano
debe vivir siempre en la presencia de Dios. Hay muchos detalles pequeños que
nos ayudarán a tenerlo continuamente presente: ofrecer las obras del día al
levantarnos, hacer la señal de la cruz o santiguarnos al comenzar la jornada,
encomendarnos a nuestro ángel custodio al salir a la calle, o al volver a casa,
ofrecerle el trabajo y hacerlo bien, estar pendientes de ayudar a las personas
que tenemos cerca, saludarlo aunque sólo sea con el corazón al pasar junto a
una iglesia o ver su torre, mirar alguna imagen de la Virgen, poner en la mesa
de trabajo un pequeño crucifijo, … el amor es creativo, y los enamorados tienen
ideas de cómo tener siempre presente a la persona amada: una foto, un objeto
que la recuerda, un pensamiento, una llamada o un mensaje –eso son las
jaculatorias–, etc.
– Ya más
tranquilos, los instruye: 44 Y les dijo: -Esto es lo que os decía
cuando aún estaba con vosotros: es necesario que se cumpla todo lo que está
escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. 45
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras
(Lc 24,44-45). Les invita a pensar que cuando leen con detenimiento la
Sagrada Escritura van leyendo su propia vida y descubriendo en ella la
presencia amorosa de Dios.
– La misma
lección nos viene bien a nosotros: el mejor modo de mantener la presencia de
Dios consiste en leer con detenimiento la Escritura y entrar en ella como un
personaje más. Ahí viviremos la vida de Jesús y los suyos, y reconoceremos en
ellos lo que debe ser nuestra propia vida. Si a esto le unimos un esfuerzo
positivo por encontrar esos despertadores del cariño que nos recuerden al
Señor, siempre viviremos en su presencia.
–Vivir en la
presencia de Dios es fuente de serenidad y de paz. También punto de referencia
para acertar en todas nuestras decisiones, grandes o pequeñas: ¿Qué haría o
cómo reaccionaría Jesús si estuviese ahora aquí en mi lugar? Así quisiera
reaccionar yo siempre.
– La Virgen
María siempre tenía presente a su hijo en su corazón. Como buena madre nunca se
olvidaba de él, y llevaba en su corazón los mismos sentimientos y afectos de su
Hijo. Vamos a pedirle a Ella que sepamos también vivir siempre en su presencia,
amar lo que ama, y hacer lo que espera que hagamos.
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