El placer de vivir
– En el evangelio del
domingo se nos presentan unas palabras de Jesús de ambiente agrícola: Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el
labrador (Jn 15,1).
– La comparación
está llena de connotaciones. La vid es la planta de donde sale el vino
—sin ella no hay vino posible— que en la cultura mediterránea es sinónimo de la
fiesta y del placer de vivir. Jesús es vid, porque es componente
imprescindible para gozar de una alegría festiva y disfrutar de la vida. Una
vida sin Dios es una vida triste y aburrida, una vida en la que estamos unidos
a Jesús es gozosa. Demos gracias a Dios, y pongamos los medios para no
apartarnos nunca de él. En el orden de prioridades para las muchas cosas que
podemos tener en la cabeza y el corazón, lo primero ha de ser siempre Dios: el
trato con él en la oración y la eucaristía, nuestra formación cristiana,…
– La vid es
una planta que hunde sus raíces en la tierra. También por eso ofrece una
comparación adecuada para hablar de Jesús: él es Dios que se ha hecho hombre,
no es una idea bonita, ni un ser celestial que está en el cielo muy lejos de
nosotros y ajeno a la vida del día a día en la tierra, sino que ha echado
raíces en la tierra. Nada de lo que sucede en el mundo le es ajeno. Se conmueve
ante los males, tiene misericordia de los necesitados y acude a consolar y
salvar, y sabe disfrutar de lo bueno.
– Así ha de ser la
vida del cristiano: nada de lo humano nos resulta indiferente. No podemos
ignorar a los que sufren —víctimas de la escasez en Venezuela, o personas que sufren las tensiones en Honduras, desplazados y
perseguidos en Siria, el drama de las pateras en el mediterráneo, las mujeres maltratadas, los parados, los
enfermos, los que sufren,…— y ahora rezamos por ellos, y le damos vueltas a
cómo podríamos ayudarles mejor. A la vez disfrutamos de la vida dando gracias a
Dios —por la belleza de la naturaleza, al disfrutar de una buena comida, o de
la compañía y la conversación de los amigos,…—. Y ponemos los medios con
esfuerzo y sacrificio —estudio, trabajo,…— para aportar lo mejor que podamos a
la sociedad para construir una sociedad en la que todos se encuentren a gusto.
— Hijos míos —decía
San Josemaría en la homilía que pronunció en el Campus de la Universidad de
Navarra—, allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están
vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de
vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más
materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a
todos los hombres.
– El
tópico laicista de que la vida cristiana asfixia las cualidades humanas e
impide que la persona llegue a la plenitud de su humanidad es falso. La realidad es
justo la contraria. Es lo que a Juan Pablo II le gustaba repetir con unas
palabras del Concilio Vaticano II: es Jesucristo quien revela al hombre lo que
es el hombre. Jesús es quien nos ayuda a descubrir dónde está y cómo lograr la
plenitud de la vida humana.
— El modelo de
vida metida en Dios y arraigada en lo más interesante del mundo es Jesucristo: Yo
soy la vid verdadera. En la Biblia se usa varias veces la alegoría de la
vid —por ejemplo, en la canción de la viña (Is 5,1-4) aunque ahí la viña es el
pueblo de Dios—, pero la vid verdadera, la referencia fundamental es
Jesús. No tenemos otro modelo al que mirar e imitar. Pidamos al Señor que cada
día conozcamos mejor su vida, entrando en el Evangelio como un personaje más,
para hacer nuestra.
– Pero las
palabras de Jesús nos dan más pistas aún: mi Padre es el labrador. El
verdadero protagonista de una vida feliz es Dios Padre que nos santifica
mediante su gracia. Nos la otorgó en el bautismo, nos la devuelve en la
confesión cuando la hemos perdido por nuestros pecados, nos la aumenta en la
eucaristía. Gracias, y ayúdanos a aprovechar esos medios de santificación.
– No perderemos la
gracia si estamos unidos a Jesús, y ponemos empeño en no separarnos nunca de
él: mi Padre es el labrador. 2 Todo sarmiento que en mí no da
fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. 3
Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. 4
Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí
mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. 5
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése
da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada (Jn 15,1-5).
– La vid
verdadera, Jesús, está metido de lleno en la vida divina y a la vez con las
raíces hundidas en la tierra: es muy humano, y valora y ama lo humano. De ahí
que el cristiano esté llamado a ser como Él un hombre de bien, con todas las
virtudes–no sólo las sobrenaturales– que hacen atractiva la figura de un
hombre: la simpatía, la lealtad, la laboriosidad, la sinceridad, la prudencia,
la sobriedad,… La verdadera virtud no es triste y antipática, sino
amablemente alegre (Camino, 657).
– La vida de María
fue una vida siempre muy unida a Dios, y profundamente humana. A ella, en este
mes de mayo que acabamos de comenzar, le pedimos que nos ayude a poner los
medios para ser santos de verdad, en nuestro trabajo y en todas las
circunstancias corrientes de cada día.
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