En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
— Después de asistir a la donación del Espíritu Santo en
Pentecostés, esta semana la Iglesia nos invita a centrarnos en el misterio
principal de nuestra fe: la Santísima Trinidad, tres personas (Padre, Hijo y
Espíritu Santo) y un solo Dios. Conocer y tratar a las tres personas nos
ayudará mucho a profundizar en nuestra vida cristiana.
— La escena del Evangelio nos habla de unas palabras de
Jesús a sus discípulos: Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no
podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os
guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo
lo que oiga y os anunciará lo que va a venir. Él me glorificará porque recibirá
de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso dije:
«Recibe de lo mío y os lo anunciará». (Jn 16,12-15). El Hijo del Padre
eterno nos habla de la acción del Espíritu Santo.
— Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de
la tierra. La primera persona de la Trinidad, que está en el origen de
todo, es el creador del mundo. Lo conocemos por la Sagrada Escritura, pero
también por sus obras: al contemplar el universo, las estrellas, la tierra, los
montes, el mar, … son reflejo de su belleza y las leyes de la física, la
química, la biología o la astronomía, son balbuceos para indagar lo que ha hecho
con su sabiduría. Es para llenarnos de agradecimiento, admiración, y adorarlo.
— Además, no es un ser lejano. Nos conoce y nos ama. Jesús
nos ha enseñado a tratarlo como un niño pequeño trata a su padre: abbá.
Así nos quiere, nos perdona, nos cuida y nos ayuda. Que le hablemos con esa
confianza de hijos.
— Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor… Existía
desde toda la eternidad, pero por obra del Espíritu Santo se encarnó de
María, la Virgen, y se hizo hombre. Es un hombre como nosotros. Experimentó,
como nosotros, la alegría y el dolor, el trabajo y el cansancio, la amistad y
la traición,… Nos comprende perfectamente, y quiere ser nuestro amigo.
— Conocer a Jesucristo e imitarlo. Nos ayudará leer cada
día, unos minutos, algún pasaje del Evangelio. Mejor ante el Sagrario, pero si
no es posible, en cualquier lugar. Ahora es muy fácil llevarlo en el teléfono y
leerlo en el autobús. Cada día una escena del Evangelio, vivida como un
personaje más, que llevamos en el corazón y en la memoria. Así iremos
conociendo y tratando a Jesús, profundizando en amistad, y reflejándolo en
nuestra vida.
— Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida.
Lo que es el agua y el sol para las plantas, eso es el Espíritu Santo para la
vida cristiana. Está asentado en nuestra alma en gracia desde que recibimos el
Bautismo, mientras no lo echemos por el pecado mortal. Si ocurre, que vayamos
cuanto antes a la confesión para que vuelva a habitar en nosotros. Somos templo
del Espíritu Santo: que se pueda encontrar en nuestros corazones verdaderamente
en su casa, a gusto, amado.
— Él es el gran maestro de la vida interior. San Pablo nos
recuerda que es él quien nos enseña y ayuda a vivir como hijos de Dios: Porque
no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor,
sino que recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos:
"¡Abbá, Padre!" (Rm 8,15).
— Cada vez que nos santiguamos llevamos a la práctica una
gran lección de teología en la vida diaria: ponemos la cruz de Cristo desde
nuestra cabeza a nuestro corazón y del hombro izquierdo al derecho, para que
Jesús bendiga nuestros pensamientos, nuestros amores y el trabajo de nuestras
manos, a la vez que invocamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, tres
personas distintas en la unidad de un solo Dios verdadero. Finalmente hacemos
una cruz cruzando los dedos pulgar e índice, y la besamos.
— Estamos también terminando el mes de mayo. Pidamos a la
Hija, Madre y Esposa de Dios que nos enseñe a tratar y amar cada día más a la
Santísima Trinidad.
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