Para acertar en la vida
– El
evangelio del domingo nos sitúa al inicio de la predicación de Jesús. Había
recibido el bautismo de Juan, y se dirige a Galilea: Después
de haber sido apresado Juan, vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de
Dios, y diciendo: -El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios
está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1,14-15). Lo
primero que Jesús hace es invitar a la conversión.
– ¿Qué es
la conversión? Dar la vuelta, cambiar de dirección. Dejar de hacer algo que
hasta ahora hacíamos, para tomar otro camino. De ordinario tenemos buen corazón
y estamos llenos de grandes ideales. ¿Qué nos falta para hacerlos realidad?
Decidirnos a dar el paso y cambiar lo que sea necesario.
– ¿En qué dirección quiero avanzar? ¿Cómo me gustaría que fuese mi vida? Seguro que tenemos grandes ideales de servicio a través de nuestra profesión. Que nos gustaría ver a todas personas con respeto, con amor, atentos a sus necesidades, y no como muñecos o muñecas para divertirme o como peldaños en los que
apoyarme para subir…
– ¿De qué
cosas me gustaría olvidarme para siempre? Si hacemos examen sincero es muy
posible que descubramos cosas que nos atan al suelo y no nos dejan despegar.
Por ejemplo, hábitos de desorden: soltar las cosas en cualquier sitio al llegar
a nuestra habitación y dejarlas ahí…; hábitos de pereza: retrasar las tareas
costosas (estudiar ese lección que no me gusta) y en cambio sustituirlas por
algo que no supone esfuerzo (oír música, o ver una peli); hábitos de curiosidad
o impureza: navegar sin rumbo por la red, leer noticias o ver fotos o videos
frívolos…; hábitos de egoísmo: valorar todo desde mi yo, mi imagen, mis gustos…
– Hoy nos
llama Jesús a que hablemos despacio con él, porque tiene algo que decirnos. Es
lo que hizo también desde el principio con los jóvenes que iba conociendo: Y, mientras pasaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano
de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: -Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres. Y, al momento, dejaron las redes y le siguieron. Y pasando un
poco más adelante, vio a Santiago el de Zebedeo y a Juan, su hermano, que
estaban en la barca remendando las redes; y enseguida los llamó.
Y dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se fueron tras él
(Mc 1,16-20). Sabe que a esos muchachos nos les basta, para hacer
realidad esa conversión que les lleve a tener una vida útil y alegre, con oír
la predicación en general. Sabe que necesitan de conversaciones personales, uno
a uno, en las que le abran el corazón, y él pueda darles los consejos
oportunos, perdonarlos cuando sea necesario, o darles ánimo. Por eso los llama
a su seguimiento.
– También
a nosotros nos sucede lo mismo. Necesitamos alguien que, en nombre de
Jesucristo, nos acompañe en nuestra vida espiritual. No es suficiente con oír
una meditación u homilía, o leer unos libros de espiritualidad. Nos ayuda tanto
abrir el corazón, oír sugerencias, recibir palabras de ánimo, y también recibir
a la vez el sacramento de la penitencia para que el Señor nos ayude a mantener un
corazón limpio.
– Seguro
que al principio aquellos hombres tuvieron un momento de duda acerca de si
cambiar sus hábitos e irse con Jesús, pero fueron decididos y cuántas veces se
alegraría luego de haberlo hecho. También a nosotros nos puede costar arrancar,
pero luego nos sentiremos tan a gusto que no querremos dejarlo.
– ¿De qué
hablar? De lo que queramos, pero en la medida en que vayamos más al fondo,
notaremos que nos pueden ayudar mejor. San Josemaría escribe en un punto de Camino
unos consejos para hacer oración, que también nos sirven igual para preparar
esas charlas: Me has escrito: "orar es hablar con Dios. Pero, ¿de
qué?" –¿De qué? De El, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos,
ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de
gracias y peticiones: y Amor y desagravio. / En dos palabras: conocerle y
conocerte: "¡tratarse!" (Camino, 91).
– Sin duda que Jesús niño aprendería a contar
con sencillez todo a su Madre y a San José. Con esa humildad, el propio Dios
hecho hombre, se deja orientar por unas criaturas. Que también nosotros pidamos
esa sencillez a María para dejarnos ayudar, y decidirnos a cambiar de una vez.
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