Al comenzar la cuaresma
– Acabamos de
comenzar la cuaresma, un tiempo de conversión. Que no es un tiempo triste, sino
lleno de la alegría serena de estar con el Señor.
– Hace unos años
me encontré leyendo la Biblia unas palabras de amor humano, que son divinas.
Son el estribillo de una canción del Cantar de los Cantares que le canta el
amado a su amada. Dicen así: ¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta,
date la vuelta que te quiero ver (Ct 7,1). En realidad parece que más que
cantar invitan a bailar: ¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date
la vuelta, que te quiero ver. En hebreo suena bien: šubi, šubi šulamit,
šubi, šubi… hasta tiene su ritmo. El verbo šub significa «volver,
darse la vuelta», pero es el verbo que en la Biblia Hebrea también significa
«convertirse». Esas palabras del Cantar nos ayudan a comprender lo que está
pasando hoy. Dios, el amado, nos invita a cada uno a bailar diciéndonos: conviértete,
date la vuelta, que te quiero ver.
La invitación a la
conversión no es la riña de alguien exigente que está enfadado con lo que
hacemos, sino una llamada amorosa a que demos media vuelta para encontrarnos
cara a cara con el Amor. Nadie nos empuja para reñirnos. Alguien que nos quiere
se ha acordado de nosotros y nos envía un mensaje para que nos veamos y
hablemos a fondo, abriendo el corazón.
– Un primer modo
de comenzar bien la cuaresma, si todavía no lo hemos hecho: reconciliarnos con
el Señor recibiendo el perdón de nuestros pecados en la confesión. En su
homilía de ayer el Papa Francisco lo recomendaba a todos: Queridos hermanos
y hermanas, el Señor no se cansa jamás de tener misericordia de nosotros, y
quiere ofrecernos una vez más su perdón, invitándonos a volver a Él con un
corazón nuevo, purificado del mal, para tomar parte de su gozo. ¿Cómo
acoger esta invitación? Nos lo sugiere San Pablo en la segunda lectura de hoy:
«os suplicamos en nombre de Cristo: dejaos reconciliar con Dios».
– Esa reconciliación
se concreta después de haber recibido el sacramento, lo oímos también ayer en
el Evangelio del miércoles de ceniza, en oración, ayuno y limosna. Diálogo más
personal con el Señor, sacrificio (para acompañar los sufrimientos de Jesús en
la pasión y la cruz, y para reforzar la voluntad) y obras de misericordia.
Conversión es cambiar de chip, no pensar en nosotros sino en los demás.
– Concretar en
oración (plan de vida), sacrificios (una listita de cosas que nos cuesten y
vamos a ofrecer al Señor) y obras de misericordia (por ejemplo, visitas a
ancianos o enfermos; servir a discapacitados…).
– Hace unos años,
Benedicto XVI proponía un tipo de obras de misericordia muy necesaria
actualmente: hoy
somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en
relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por
completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era
así en la Iglesia de los primeros tiempos. Ese modo eficaz de limosna al que se refiere el Papa
es la corrección fraterna: ayudarnos unos a otros a descubrir lo que no va bien
en nuestras vidas, o lo que puede ir mejor. Algo que tal vez no hacemos mucho
hasta ahora, pero que es bien necesario y útil. Pienso aquí en la actitud de
aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan
a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de
los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino
del bien. Aunque debamos superar la impresión de que nos estamos metiendo
en la vida de los demás, no podemos olvidar que, sigo citando a Benedicto XVI, es
un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo,
para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del
Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y
reconozca, que discierna y perdone (cfr. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios
con cada uno de nosotros.
– El Evangelio del
primer domingo de cuaresma nos pone ante una realidad desconcertante: 12
Enseguida el Espíritu lo impulsó hacia el desierto. 13 Y estuvo en
el desierto cuarenta días mientras era tentado por Satanás (Mc 1,12-13).
Inmediatamente después del bautismo en el Jordán, Jesús quiso ser tentado, para
que al sufrir nosotros la tentación sepamos que nos comprende y ayuda: Por
haber sido puesto a prueba en los padecimientos, es capaz de ayudar a los que
también son sometidos a prueba (Hb 2,18).
– San Marcos
dibuja de modo rico en simbolismo el escenario de las tentaciones cuando está
comenzando la vida pública: Estaba con los animales, y los ángeles le
servían (Mc 1,13). Es la antítesis de Adán, que estaba en el jardín
del Edén con los animales: Jesús en un desierto, para vencer, acompañado por
los ángeles, al pecado. El desierto se convierte en lugar de reconciliación.
– La cuaresma es
tiempo de lucha con el demonio y es tiempo de victoria. Lucha contra nuestro
orgullo, al miedo a quedar mal o a los comentarios que puedan hacer los demás
al vernos como cristianos coherentes, lucha contra nuestras pasiones y
defectos…
– Pidamos a la
Santísima Virgen que nos acompañe en este tiempo de Cuaresma para que podamos
vencer el mal con el bien.
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