Flaquezas y esperanza
–
Acompañar a Jesús por los caminos de Galilea siempre enseña. Lo conocemos a él
y con lo que sucede nos podemos conocer mejor a nosotros mismos: 40Y vino hacia él un leproso que,
rogándole de rodillas, le decía: —Si quieres, puedes limpiarme. 41Y,
compadecido, extendió la mano, le tocó y le dijo: —Quiero, queda limpio. 42Y
al instante desapareció de él la lepra y quedó limpio (Mc 1,40-42)
–
Jesús se compadece de los necesitados y los ayuda. En el Antiguo Testamento se
describe al Mesías como al pastor que había de venir para cuidar con solicitud
sus ovejas, acudiendo a sanar a las heridas y enfermas (cfr. Is 61, 1 y ss.).
Ha venido a buscar lo que estaba perdido, a llamar a los pecadores, a dar su
vida como rescate por muchos (cfr. Lc 19, 10). Fue Él, según se había
profetizado, "quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros
dolores, y en sus llagas hemos sido curados" (Is 53, 4 y ss.).
–
Aquel hombre, al ver de lejos a Jesús, se llena de esperanza, porque sabe que
podría curarlo, y lo pide con sencillez: —Si
quieres, puedes limpiarme.
– Cristo
es el remedio de nuestros males: todos andamos un poco enfermos y por eso
tenemos necesidad de Cristo. Debemos ir a Él como el enfermo va al médico,
diciendo la verdad de lo que pasa, con deseos de curarse. Jesús es médico y cura nuestro egoísmo, si dejamos
que su gracia penetre hasta el fondo del alma. (…) Con el Médico es imprescindible
una sinceridad absoluta, explicar enteramente la verdad y decir: Domine, si
vis, potes me mundare (Mt 8, 2), Señor, si quieres –y Tú quieres siempre–,
puedes curarme. Tú conoces mi flaqueza; siento estos síntomas, padezco estas
otras debilidades. Y le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay
pus. Señor, Tú que has curado a tantas almas, haz que, al tenerte en mi pecho o
al contemplarte en el Sagrario, te reconozca como Médico divino (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 93).
–
Ahora, que estamos a solas ante él, le pedimos por todo lo que necesitamos,
para olvidarnos de nuestras debilidades, de nuestra flojera, de todo lo que nos
quita energías para ser otro Cristo en medio de la calle. Vayamos a él para que
nos cure.
– 43Enseguida le conminó y le
despidió. 44Le dijo: —Mira, no digas nada a nadie; pero anda,
preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda que ordenó Moisés por tu curación,
para que les sirva de testimonio (Mc 1,40-44). El Señor le dice: anda, preséntate al sacerdote, al
Sacramento de la Penitencia, donde el alma encuentra siempre la medicina
oportuna. Ese es el modo instituido por Cristo en su Iglesia para que podamos
oir el Quiero, queda limpio, sigue
adelante, sé más humilde, no te preocupes.
– Contamos
siempre con el aliento y la ayuda del Señor para volver y recomenzar. No sólo
se santifica el que nunca cae sino el que siempre se levanta. Lo malo no es
tener defectos –porque defectos tenemos todos–, sino pactar con ellos, no
luchar. Y Cristo nos cura como Médico y luego nos ayuda a luchar.
–
Cuando ponemos los medios, con esfuerzo, luchando, y con la ayuda de la gracia
del Señor, por tener el alma sana y limpia, seremos hombres alegres,
optimistas, que trasmiten el gozo de la fe, disfrutando de todo lo que hacen.
Es lo que dice San Pablo en la segunda lectura: 31En fin, tanto si coméis, como si bebéis, o hacéis
cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. 32No seáis
escándalo para los judíos, ni para los griegos, ni para la Iglesia de Dios, 33como
también yo agrado a todos en todo, sin buscar mi conveniencia sino la de todos
los demás, para que se salven. 1Sed imitadores míos, como yo lo soy
de Cristo (1 Co 10,31-33; 11,1).
–
Acudamos a la Virgen María para que ella nos ayude siempre a tener el alma
limpia y a disfrutar de esa alegría de vivir que es propia del cristiano.
Comentarios
Publicar un comentario