Domingo de Ramos
– Comenzamos
la Semana Santa, culminación del tiempo de Cuaresma, unos días en los que vamos
a revivir los misterios centrales de nuestra fe, pero no como quien escucha una
historia del pasado, sino como protagonistas: Jesús está dispuesto a llegar hasta
el extremo de su amor por nosotros también ahora, en estos días.
– Pongamos los
medios para que no pasen de largo sin dejar rastro en nuestra vida, sino que
sean tiempo de conversión, de rectificar el rumbo, de tomar en serio el camino
que nos lleva a la felicidad.
– Para eso
acompañamos a Jesús que se dirige a Jerusalén: Al acercarse a Jerusalén, a
Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, envió a dos de sus discípulos 2
y les dijo: -Id a la aldea que tenéis enfrente y nada más entrar en ella encontraréis
un borrico atado, en el que todavía no ha montado nadie; desatadlo y traedlo. 3
Y si alguien os dice: "¿Por qué hacéis eso?", respondedle: "El
Señor lo necesita y enseguida lo devolverá aquí" (Mc 11,1-3). Los
Apóstoles podrían haber pensado que no iba a ser tan sencillo, que los dueños
les pondrían dificultades, pero se fían de Jesús y le hacen caso.
– ¿Reacciono yo
así? Me fío de Jesús, me abandono en él, o ¿quiero tener todo controlado
—salud, medios económicos, planes,…—?
– 4 Se marcharon y encontraron un
borrico atado junto a una puerta, fuera, en un cruce de caminos, y lo
desataron. 5 Algunos de los que estaban allí les decían: -¿Qué
hacéis desatando el borrico? 6 Ellos les respondieron como Jesús les
había dicho, y se lo permitieron (Mc 11,4-6). Cuando obedecen, comprueban
que Jesús está con ellos, todo sale adelante sin dificultad, porque no están
haciendo su voluntad sino colaborando con los planes de Dios.
– Dios nos ha
hecho a cada uno para algo, nos ha dado nuestra vocación personal: cuenta con
nuestra correspondencia para construir un mundo mejor con nuestro trabajo, para
hacer felices muchas personas de nuestra familia, y con nuestra amistad, para
extender la fe y la ilusión por llevar una profunda vida cristiana en todos los
ambientes del mundo. Se trata de una tarea apasionante, que nos supera por
completo, pero en la que no estamos solos. Si comenzamos a poner cada día los
medios —trabajar bien, cuidar la fraternidad y la amistad, ser apóstoles, y
todo ello muy metidos en Dios, siendo amigos del mejor Amigo–, las dificultades
se desvanecen, como las que imaginariamente se habían creado los apóstoles que
fueron a por el borrico…
– 7 Entonces llevaron el borrico a
Jesús, echaron encima sus mantos, y se montó sobre él. 8 Muchos
extendieron sus mantos en el camino, otros el ramaje que cortaban de los
campos. 9 Los que iban delante y los que seguían detrás gritaban:
-¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 10 ¡Bendito el
Reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!
(Mc 11,7-10). La gente, cuando lo reconoce, salen espontáneamente a
aclamarlo. Le dan la bienvenida: Baruk ha-ba’ (bendito el que viene)
significa en hebreo: ¡bienvenido! Lo aclaman como el Mesías esperado, como el hijo
de David que trae su reino. Sus deseos de salvación se transforman en
gritos: ¡Hosanna! En hebreo significa: «la salvación ¡ya!». Es la
expresión de quien lleva mucho tiempo sufriendo e inquieto y ve que se aproxima
el final de todo eso.
– Que también
ahora le demos la bienvenida y le abramos la puerta de nuestro corazón.
Realmente viene a salvarnos, a liberarnos de lo que nos oprime el alma, sobre
todo del pecado, de la tristeza, del cansancio, de la injusticia, de mis
defectos, de mis problemas, de tantas cosas como yo solo no puedo salir:
¡bienvenido! Solución ¡ya!
– Una pequeña
observación. Si el borrico pudiera pensar, ¿qué pensaría de lo que estaba
viendo y escuchando? Si se creyera que lo aclamaban a él por ser un burro
excepcional ¡qué ridículo! No lo aclamaban porque fuera un gran asno, sino que
aclamaban a Jesús.
– Pensemos
nosotros si más de una vez no razonamos con esa soberbia. Si cuando algo nos
sale bien, y agrada a los demás y nos alaban pensamos que somos geniales porque
hemos hecho una gran cosa. Sería ridículo: lo que hacemos bien es gracias a la
inteligencia, simpatía, o corazón que nos ha dado el Señor y es a Él a quien
debemos agradecer todo, y poner todo a su servicio: non nobis, Domine, nos
nobis, sed nomini tuo da gloriam! No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino
a tu Nombre toda la gloria!
– Es la primera
vez en el Evangelio que Jesús se deja aclamar por el entusiasmo de las gentes.
Lo agradecería, pero también sabía que pronto cambiamos los hombres de opinión.
Los mismos habitantes de Jerusalén que hoy le aclaman como hijo de David,
cuatro días después pedirán ante Pilatos: ¡Crucificale, crucifícale!
– ¿No me sucede a
veces a mi lo mismo? Voy a la oración, o me pongo ante el sagrario y le digo
sinceramente que lo quiero mucho, y cuando llega una tentación se me nubla la
mente y le digo con los hechos: ¡no me importa que hayas muerto por mí, voy a
hacer lo que me apetece, que te crucifiquen!
– Hoy, cuando nos
acercamos a la Semana Santa, es un buen momento para que le pidamos perdón por
nuestras incoherencias, por nuestros pecados, para que hagamos el propósito de
no mandarlo de nuevo a la cruz con nuestras obras.
– En esta escena
de triunfo, María no aparece, no busca protagonismo. Pero está llegando a
Jerusalén para estar al lado de su Hijo justo cuando más la necesite: en el
Calvario. Démosle gracia y pidámosle que esté siempre a nuestro lado, que nunca
nos abandone, para que no dejemos solo a su Hijo Jesús.
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