¿Tiene sentido el dolor, el sufrimiento?
– Avanzamos en la
cuaresma, tiempo de conversión y diálogo con el Señor. En este domingo, el
cuarto, los textos de la Misa nos hablan de alegría y esperanza, en medio de
las dificultades del camino.
– En la primera
lectura se nos habla de esperanza en medio de una gran desgracia, la
deportación sufrida por los habitantes de Jerusalén que fueron llevados a
Babilonia: 14 Todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo
multiplicaron sus infidelidades, imitando en todo las abominaciones de las
naciones; profanaron el Templo que el Señor se había consagrado en Jerusalén. 15
El Señor, Dios de sus padres, les envió advertencias con rapidez y sin cesar
por medio de sus mensajeros, porque sentía compasión de su pueblo y de su
Morada. 16 Pero ellos hicieron burla de sus mensajeros, despreciaron
sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su
pueblo alcanzó un punto tal, que ya no hubo remedio (2 Cr 36,14-16).
No había forma de que aquellas gentes reaccionaran.
– Y sobrevino una
gran desgracia: 19 Luego incendiaron el Templo, demolieron los
muros de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todas
las cosas de valor. 20 Finalmente deportaron a Babilonia a todos los
que se habían librado de la espada, sirviendo de esclavos suyos y de sus hijos
hasta la llegada del reino persa (2 Cr 36,19-20). Dios no se complace
en el mal, pero a veces sólo la experiencia del sufrimiento lleva a recapacitar
y decidirse a cambiar. Así sucedió con aquellos hombres, y cuando rectificaron,
hicieron penitencia, pidieron ayuda al Señor, se dieron cuenta de que allí
estaba con ellos, dispuesto a intervenir a su favor. Ciro el persa conquistó,
contra toda lógica Babilonia y allí dictó el decreto que les permitía regresar
a su tierra: Así dice Ciro, rey de Persia: «El Señor, Dios de los cielos, me
ha entregado todos los reinos de la tierra. Él mismo me ha encomendado
construir en su honor un Templo en Jerusalén que está en Judá. El que de vosotros
pertenezca a ese pueblo, que el Señor, su Dios, esté con él y que suba» (2
Cr 36,23)
– Lo sucedido al
pueblo elegido nos invita a reflexionar sobre una cuestión que afecta a todos
en todos los tiempos: ¿tiene sentido el dolor, el sufrimiento? De entrada,
parece un absurdo que no debería existir si Dios es bueno. Pero el sufrimiento
del destierro fue para Judá medicina que curó sus enfermedades del alma, que le
llevó a cambiar de modos de vida, de prioridades. Le ayudó a desprenderse de
muchas cosas que les parecían imprescindibles para alcanzar la felicidad
–casas, dinero, riquezas, placeres– y a descubrir el gozo del cariño familiar,
de la comprensión de los amigos, de ayudar al todavía más necesitado que uno, a
encontrar a Dios.
– También nosotros
necesitamos aprender esa lección, dura, pero gozosa. Las contrariedades, la
enfermedad, los problemas laborales o familiares, la rebeldía interior ante
defectos o modos de ser que no logramos superar, son ocasiones para descubrir
que podemos ser más felices viviendo de otra manera, olvidándonos de buscar una
felicidad egoísta, y descubriendo el gozo de servir y ayudar, por amor a Dios y
a los demás.
– No tenemos nada
más que mirar a Jesús en la Cruz, ahora que se acerca la Semana Santa. Sus
sufrimientos no fueron estériles, ya que nos proporcionan todo lo que nosotros
necesitamos para vencer el pecado y volver al paraíso.
– El Evangelio de
la Misa nos trae a la memoria unas palabras de Jesús, acerca de otro texto del
Antiguo Testamento: 14 Igual que Moisés levantó la serpiente en
el desierto, así debe ser levantado el Hijo del Hombre, 15 para que
todo el que crea tenga vida eterna en él. 16 Tanto amó Dios al mundo
que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca,
sino que tenga vida eterna (Jn 3,14-16). Cuando los israelitas iban
por el desierto camino de la tierra prometida se quejaron contra el Señor por
la dureza del camino, y surgieron muchas serpientes venenosas que les mordían,
hasta que se arrepintieron y miraban a una serpiente de bronce que les hizo
Moisés de parte de Dios para que quienes la mirasen quedaran salvados. El dolor
de aquellas mordeduras fue para ellos medio de purificación. La serpiente de
bronce es figura de Cristo: quien lo mira, descubre el sentido del sufrimiento,
lo asume como purificación y es salvado.
– En este tiempo
nos ayudará meditar con frecuencia la Pasión, acompañar a Jesús en su dolor.
También nos daremos cuenta de que lo que nos hace sufrir son pequeñeces al lado
de lo que él padeció por nosotros. E incluso será bueno que nos propongamos
realizar algunos sacrificios voluntarios cada día para compartir en algo su
dolor, y, sobre todo, para reforzar nuestra voluntad de cambiar, de quitar lo
que sobra en nuestra vida, de rectificar lo que tenemos que rectificar.
– No estamos
solos. Como los israelitas en el desierto o en Babilonia tenemos motivos de
esperanza, porque el Señor nos quiere mucho y está cerca de nosotros para
ayudarnos cuando vea que sinceramente queremos ser mejores.
– También la
Virgen es nuestra Madre, y cuando acudimos a Ella: Santa María, Esperanza
nuestra! Siempre nos escucha.
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