Descubrir el amor
— Jesús
enseña, y unos fariseos, tal discípulos vez de Hil·lel, le hacen una pregunta
que era cuestión de disputa con los de Šammay: Se acercaron entonces unos fariseos que le preguntaban, para tentarle,
si le es lícito al marido repudiar a su mujer (Mc 10,2).
— La
respuesta de Jesús los lleva al principio, a los planes de Dios sobre el mundo:
Él les respondió: -¿Qué os mandó Moisés?
-Moisés permitió darle escrito el libelo de repudio y despedirla -dijeron ellos
(Mc 10,3). La respuesta de aquellos hombres es totalmente legalista. No se
paran a pensar en la realidad de las cosas sino en lo que dice la ley de
Moisés.
— Jesús los
sorprende con una respuesta que afronta las cosas a fondo: Pero Jesús les dijo: -Por la
dureza de vuestro corazón os escribió este precepto. Pero en el principio de la
creación los hizo hombre y mujer. Por
eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los
dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto,
lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre (Mc 10,4-9). Se remonta al
designio original de Dios, a la ley natural, y no a lo que luego se ha ido
haciendo, tolerando situaciones que no eran adecuadas, aunque fuera buscando
algún bien (en este caso que la mujer no quedase totalmente desamparada y sin
medios de subsistencia).
— En el
plan original de Dios para el ser humano está el matrimonio indisoluble. Nadie
lo puede separar, ni el Papa. La Iglesia lo más que puede hacer es investigar y
declarar la nulidad si la hubo.
— Los
mandamientos no son imposiciones arbitrarias de Dios, sino que tienen que ver
con “el principio”, el orden creado: son Torah, enseñanza, el manual de
instrucciones para el mundo.
— Todos
necesitamos remontarnos “al principio”. Recibimos tantos datos de fuera que
vamos acumulando saberes, sentimientos, normas sociales para distintos
ambientes (en las que podemos ir entrando y asumiendo cada vez que nos movemos
por ese ambiente: en Facebook, en foros o en conversación personal; en la
universidad, haciendo deporte o tomando unas copas de noche,…), que a veces nos
pueden ir sacando del camino de nuestros ideales. Pero a veces notamos que
falta algo: unos horizontes en los que adquiere sentido lo que nos pasa. Y un
buen lugar para buscarlos es en la sabiduría de Dios sobre el mundo y sobre
nosotros: el descubrimiento y redescubrimiento de la propia vocación.
— Todo esto
nos lleva a pensar en la seriedad con la que las personas que hayan recibido la
vocación al matrimonio han de prepararse para él y pensar desde tiempo atrás
sus decisiones, porque son irrevocables. El amor no es cuestión de sentimientos
enloquecidos por una primera impresión del atractivo físico o moral de alguien,
sino algo en lo que interviene mucho la inteligencia y el corazón, a los que la
fe y la gracia de Dios pueden ayudar mucho.
— El amor
no se mide por la búsqueda de la satisfacción de un deseo o atracción personal
(¿qué soy capaz de hacer para que se fije en mí y me haga caso?) sino por la
capacidad de entrega, de renunciar al propio yo por la persona amada. El amor
no es calculador, no lleva cuentas de qué he dado y qué debo recibir. Sólo
piensa en dar para hacer feliz a la persona amada.
— Los
discípulos quedaron desconcertados –si eso es así, no interesa casarse–, y
preguntan: Una vez en la casa, sus
discípulos volvieron a preguntarle sobre esto. Y les dijo: -Cualquiera que
repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si la
mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio (Mc 10,10-12).
Jesús les habla claro para que no se engañen. No caben uniones a prueba. Un
amor que no es definitivo no es amor. Quien dijera “te amo mientras seas joven,
o mientras no engordes,…” en realidad no está amando a la persona, sino
usándola como un objeto de lo que a él le apetece. El amor sólo es verdadero
cuando va unido a una entrega total.
— Como en
todo, el mejor ejemplo de lo que es el Amor lo tenemos en Jesucristo: dio su
vida en la Cruz por nosotros, estuvo dispuesto a sufrir todo para hacernos
felices, y no lleva cuenta de nuestros pecados: nos perdona siempre que
acudimos a él. Jesús, ¿sé amar como tú, o mi amor es egoísta, siempre pensando
en mí y buscando que me miren y me aprecien?
— Hay
muchas personas a las que Jesús llama al celibato para que sean los príncipes /
princesas del amor: hombres y mujeres que como él no piensan para nada en sí
mismos, sino que encuentra la felicidad más plena en vivir para hacer felices a
todos los demás.
— Quien no
entienda el valor del celibato apostólico tampoco entenderá a fondo el amor
matrimonial, ya que no sabrá de amor sino de satisfacción de los propios
instintos, que con el paso del tiempo, si no se aprende a amar, terminan
llenando de vacío y amargura.
— En
cambio, quien no mira a los demás como un objeto apetecible, sino con
sencillez, como personas a las que hacer felices, es feliz. Por eso la última
escena del Evangelio de mañana es bastante significativa: Le presentaban unos niños para que los tomara en sus brazos; pero los
discípulos les reñían. Al verlo Jesús se enfadó y les dijo: -Dejad que los
niños vengan conmigo, y no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es
el Reino de Dios. En verdad os digo: quien no reciba el Reino de Dios como un
niño no entrará en él. Y abrazándolos, los bendecía imponiéndoles las manos (Mc
10,13-16). Los niños no buscan en los demás objetos de placer, sino que tienen
un amor sencillo y limpio. Jesús se complace en los niños, está a gusto con
ellos, crea ambiente de hogar.
— La
oración es momento de plantearse ante el Señor, con serenidad, pero con
urgencia, las grandes cuestiones de la vida y tomar, a su paso, decisiones
acerca del camino a emprender.
— La Virgen
se pone por completo en manos del Señor y se fía de él: He aquí la esclava del Señor… que nos ayude a seguir ese camino de
amor personal. Vamos a pedirle a ella que sepamos amar, y que todas las
familias del mundo sean como la Sagrada Familia de Nazaret, escuelas de amor
generoso.
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